Donde se enseñará a ser feliz, de Clarice Lispector
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Fragmento de entrevista a Lispector,
grabada el 20 de octubre de 1976 en la sede del Museu da Imagem e do
Som de Río de Janeiro
Affonso Romano de Sant’Anna: Clarice, ¿empezamos con algunos datos
biográficos?
Clarice Lispector: Nací en Ucrania, pero ya en fuga. Mis padres pararon en una
aldea que ni aparece en el mapa, llamada Tchetchelnik, para que yo naciera,
y vinieron al Brasil, adonde llegué con dos meses. De manera que llamarme
extranjera es una tontería. Soy más brasileña que rusa, evidentemente.
Affonso Romano de Sant’Anna: ¿La gente te llama extranjera por el acento?
Clarice Lispector: Por la «erre». Creen que es acento, pero no lo es. Es el
frenillo. Podrían habérmelo cortado, pero es muy difícil ya que es un lugar
siempre húmedo, de difícil cicatrización. Ahora ya da igual.
João Salgueiro: ¿Tienes hermanos, Clarice?
Clarice Lispector: Dos hermanas: Elisa Lispector y Tânia Kaufman. Bueno, ya
en Brasil fuimos a Recife… Mira, yo no sabía que era pobre, ¿sabes?
Marina Colasanti: Nunca lo habías dicho. Nunca lo he leído dicho por ti.
Clarice Lispector: No. Yo era muy pobre, hija de emigrantes.
Affonso Romano de Sant’Anna: ¿A qué se dedicaban tus padres en Ucrania?
Clarice Lispector: Mi padre trabajaba en el campo y, cuando llegó a Río,
trabajó como representante.
Affonso Romano de Sant’Anna: ¿Pero había en tu familia alguna formación
artístico-literaria que te llevase a la literatura?
Clarice Lispector: No. Pero el día de la boda de mi hijo, Paulo Gurgel Valente,
una medio tía mía, que estaba en la boda, se acercó a mí y me hizo el mejor
regalo del mundo. Dijo: «¿Sabes que tu madre escribía? Escribía diarios».
Affonso Romano de Sant’Anna: ¿Sabes si alguien guardó esos diarios?
Clarice Lispector: No. Mi madre era paralítica y yo me moría de sentimiento de
culpa porque creía que lo había provocado yo al nacer. Pero me dijeron que
ya era paralítica antes… Éramos bastante pobres. Pregunté un día a Elisa,
que es la mayor, si pasamos hambre y dijo que casi. Había en Recife, en una
plaza, un hombre que vendía una naranjada en la cual la naranja casi no
hacía acto de presencia. Eso y un pedazo de pan era nuestro almuerzo.
Marina Colasanti: ¿No te acordabas
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